Con los hijos... cosechamos lo que sembramos

Gabriel, Lady y Oliver Ernesto
Poder escribir sobre mis hijos realmente no tiene precio... lo demás es percata minuta. No lo puedo negar soy #MadreOrgullosa y al compartir mis experiencias sé que pueden pasar muchas cosas: a unos le servirán de parámetro, algunos se reirán y disfrutaran de sus ocurrencias y mis peripecias, y otros vivirán a través de mis palabras la vida que llevan o la que quieren llevar. Cada quién toma y deja y esa es precisamente la maravilla de la vida: el poder que tenemos de elegir.

La historia de hoy que arranca estas palabras de mis pensamientos es simple... sin muchos rebuscamientos... todo empezó a cuajarse al buscar a Gabriel... yo sumergida en mis vacaciones y mi afán de dar tiempo de calidad a esos carajos que encienden los motores de mis días, pues estoy consciente que Encuentros Interactivos está a la vuelta de la esquina y tengo los días contados para llegar a mis afanes de la redacción de El Día, sin  dejar de mencionar Mujeres en Blanco y Negro y mi determinación de contar historias en una televisión matizada por la chercha, el relajo y la política (cuan enriquecedor pueden ser estos tres aspectos, digo yo #pensandoenvozalta) como punto de apoyo para lograr mayores niveles de rating.


El Gabo se sienta a mi lado en el vehículo y con su cara de frescura inicia su trivial conversación para ponerse al día, contarme de su día y preguntar del mío, la mejor manera que hemos adoptado para entretenernos antes de llegar a la casa.... claro está, esto si el celular no se cruza en nuestros caminos... como todo adolescente moderno. Se trabaja en eso, unas se gana y otras se pierde.

Él, que es pasajero (espero que de tránsito y que el tránsito sea corto) del tren de la Edad del Pavo, trata de ver todo con un peculiar humor (habrá salido al padre) y no se cansa de tratar de bromear a su madre... y yo, que le sigo la corriente hasta que mi estado de ánimo me lo permite, navego entre la a mistad y la obligación de todo padre de establecer límites. En eso, viene comentario y yo le dijo "te puedo dejar aquí mismo y llegas a pie"... el se ríe y me dice con cara de seriedad (que le dura lo mismo que una brisa fresca en pleno verano) "ma, es confianza... te imaginas lo que sería una relación de madre a hijo sin confianza" y sigue con su retahíla de anécdotas del día de piscina que tuvo con sus amigos.

La guagua avanzaba mientras lo escuchaba a medias, pues ya mis pensamientos volaban lejos pensando en la relación de camaradería que compartía con los tres carajos de mi vida... y mi cerebro me decía: "Qué esperabas? Estás cosechando lo que durante años te has empeñado en sembrar". Y es precisamente en ese instante, que me permito sonreír y disfrutar del momento de orgullo que todo padre siente al ver que el tiempo invertido ha valido la pena y que, aunque todavía falta mucho por hacer, los cimientos son buenos y fuertes. Somos amigos, pero entienden perfectamente donde termina la amistad y dónde empieza la paternidad, aunque algunas veces se les crucen los canales de fuera, mi labor es sintonizarlos o, mejor dicho, ubicarlos cuando sea necesario.

En todo el trayecto de madre, que en su tiempo compartí con su padre, y que hoy camino sola, siempre me ha asaltado la duda de sí lo voy haciendo bien, si estoy o no estoy presente, de si las reglas son las correctas, si las psicología con que fui criada todavía funcionan o si no se me pasa la mano o simplemente la aflojo demasiado... somos padres y muchas veces no tenemos modelos adecuados para hacer nuestro trabajo y vamos construyendo el mundo en el camino.

Aunque muchas veces he leído que los hijos no llegan con un manual para criarlos, si puedo decir que hay muchas herramientas en esta sociedad moderna para hacer nuestro trabajo bien, el asunto es estar dispuestos a buscarlas y usarlas correctamente y, de camino, nos ayudamos a nosotros mismos al no creernos portadores de la verdad absoluta y entender que nos vamos a equivocar un montón de veces, unas podremos corregir y otras tendremos que vivir con el remordimiento... al fin y al cabo, nadie se muere por eso. Es entender que, como seres humanos, también podemos reconocer nuestros errores y simplemente pedir perdón. Eso aplica para todos sin importar la situación.

En verdad los hijos no llegan con un libro para entenderlos, pero a nuestro alrededor hay miles de obras que dan luz y como dicen por ahí "el que tiene sed busca agua", así que busquemos ayuda si entendemos que no podemos con la responsabilidad o simplemente nos sentimos agobiados... ya sea un amigo que escuche o un profesional especializado... es cuestión de elección.

Mi mayor alegría como madre es darme cuenta he construido la familia como siempre la soñé... normal y moldeable... donde mis hijos tienen un alto grado de confianza y de actitud crítica a lo que les rodea, incluida yo... claro, con ciertos límites. Eso sí... las risas  nunca faltan y los abrazos sobran... el amor es la mejor base.

¡Sean amables de manera indiscriminada!

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